Me pedisteis que contara vuestra historia,
y aunque no soy de mucho contar,
hasta donde me alcanza la memoria,
y dejando a mis musas atrás,
hoy me he decidido a escribirla,
y así poder plasmar,
esa magia que pasa cada día,
en cualquier rincón, en cualquier lugar.
Ella era un volcán en erupción,
él un tipo sin arte, ni duende,
ella tenía agujeros en el alma,
y él tenía anemia en su piel,
ella amaba la madrugada,
y él nacía cada día en un nuevo amanecer.
Qué irónica es la vida,
ella volvía de una noche de locura,
él iba camino a trabajar,
y en aquel vagón de metro,
cruzaron sus miradas, sosteniendo la vida,
en duelo suicida de ver, quién puede más.
De repente nació una sonrisa,
quien podría imaginar,
que a pesar de no mezclar bien,
aceite y agua se iban a mezclar,
después de tantas calabazas,
después de tanto buscar,
nada es imposible, si al destino le da por jugar.
Nació la primera palabra,
aquel hola con miedo, entrecortado,
disparado al corazón por unos labios,
sedientos de sed y amor,
yo me llamo Olvido,
y él enseguida contestó, yo me llamo Simón.
La vida es para valientes,
y Simón lo entendió,
la invito ese día a comer,
y desde entonces cada catorce de febrero,
vuelven a viajar en metro de la mano,
desde Moncloa a Fuencarral,
perdidos en una mirada de amor,
a la que ellos llaman eternidad.
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