Siempre quiso levantar el vuelo,
aunque la vida le llego siempre con prisas,
quiso llegar con sus alas blancas a tocar cielo,
pero el destino maldito le clavo sus garras,
y anda deambulando cada noche de calle en calle, de bar en bar,
buscando un rincón donde dormir y soñar.
Quiso volar tan alto con sus pies clavados al suelo,
que entrego su vida a ese maldito veneno,
que por sus venas corría haciéndole viajar en ciertos momentos,
en los que era todo aquello que un día sonó,
y en aquella su verdad, era el rey de su propio país,
ese país al que él llamaba libertad, y que en realidad era su prisión.
Conoció el cielo y el infierno muchas mañanas, tardes y noches,
cabalgo desnudo por el fino filo que separa la vida de la muerte,
sé jugo a la ruleta rusa su vida en cada pico,
lloro y rio hasta que una tarde de febrero lo encontró la muerte,
en aquel portal y en su último salto al vacío,
se quedó tendido en el suelo, y voló como jamás había volado.
La mañana llegó fría y triste,
la lluvia cubría las calles de Madrid,
como si se tratara de un presagio escrito con prisas,
que se empezó a escribir desde el día que nació,
encontraron su cuerpo sin vida, con una sonrisa en la cara,
mientras su alma volaba con alas nuevas, como siempre él había soñado.
Siempre quiso levantar el vuelo,
aunque la vida le llego siempre con prisas,
quiso llegar con sus alas blancas a tocar cielo,
pero el destino maldito le clavo las garras,
y anda deambulando cada noche de calle en calle, de bar en bar,
buscando un rincón donde dormir y soñar.