Andando por esos montes,
esos montes que fueron olvido,
entre pinos, jaras y zarzales,
huertos, cerezos y olivos,
caminando por esos lugares,
donde más de una vez jugué de niño,
caminando por esos lugares,
me dejé el corazón mío.
Aquellos años de escuela,
de guas, incarroma y guerrillas,
de churro, media manga y manga entera,
hoy se me clavan en el alma,
y el cuerpo se me llena de pena,
hoy me invaden los recuerdos,
y van de mis ojos brotando lágrimas,
al recordar aquellos tiempos.
Recuerdo las cabras de mi madre,
las tardes con mi padre en el huerto,
saboreando aquellos tomates,
que le daban vida a un muerto,
las fresas silvestres que nacían en cualquier parte,
al mulo reverte que era manso y bueno,
aquellas tardes de verano regando los canteros.
Caminando por los caminos entre olivos y cerezos,
visitando los lagares que dieron trabajo y dinero,
voy recordando mi infancia ahora que me hago viejo,
mientras dejo volar a mi alma sin ningún tipo miedo,
algún paisano pasa a mi lado y se para,
y hablamos de aquellos tiempos.
La tarde se rinde a la noche,
mientras a casa regreso,
la casa que fue de mis padres,
y que antes fue de mis abuelos,
esa casa que cuado yo falte,
será para mis sobrinas y sobrinos,
que son nuestros herederos.
Recuerdo aquellas tardes,
recuerdo con nostalgia esos momentos,
a mi abuela Francisca sentada en su calle,
casi siempre hablando y sonriendo,
añoro más que nunca vivir,
vivir en aquellos tiempos.
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