Ya no estoy para grandes trotes, ni para malos tragos,
la vida me paso como una bala que disparo el tiempo,
y ya con arrugas en el alma y espinas en el corazón,
Mirándome en el espejo, hoy ya no reconozco el reflejo,
tanto jugué a ser quien quise ser, que el niño salió corriendo,
y hoy el anciano saluda, pero apenas me ve.
Ya no estoy para grandes trotes, ni para malos tragos,
contemplo desde estos portales las calles que me vieron crecer,
y la vida se abre paso este jueves entre los puestos del mercadillo,
la gente recorre tranquila la plaza buscando algo que comprar,
mientras los niños sonríen porque saben que hoy les toca algo,
bien sea juguetes, ropa o zapatillas nuevas que estrenar,
mientras el reloj del ayuntamiento sigue marcando su paso cansado,
asesinando sin compasión las horas.
Como cada día,
la política ocupa la conversación,
azules, rojos, morados o verdes,
quienes son mejores para el pueblo,
aunque eso ya da igual, pues los jóvenes,
han hecho las maletas y han emigrado como antaño,
en busca de una vida mejor lejos de estos montes.
Lejos quedan ya los tiempos de mi niñez,
de juegos en las calles y jóvenes en los campos,
aquella escuela vieja al lado de la casa de mi abuela Francisca,
y la escuela nueva con su fachada pintada de grises y blancos,
la mimosa grande en la parte de atrás con sus raíces enormes,
y la palmera que adornaba la entrada de aquel pasillo,
que daba a las aulas de tercero y cuarto.
La vida pasa como un huracán,
y aunque creemos que nuestro tiempo es eterno,
pasa en un suspiro y ese suspiro me lleva,
aquel campo de tierra con porterías de pino,
y a las discusiones sin sentido por los balones con tía Joaquina,
que tenía al lado del campo de futbol su huerto,
y hoy la recuerdo con respeto, cariño y nostalgia.
El recuerdo me alcanza de lleno,
y me acuerdo de todos mis profesores,
y también del cura Don Miguel, que quería que yo siguiese sus pasos,
y de tanta gente buena que se ha llevado la muerte,
me acuerdo con emoción de todos mis quintos,
y de mis padres que aunque no pueda abrazarlos cada día me acompañan siempre,
del mulo reverte, la colora y la mocha, la burra catalina y el burro capón.
Ya no estoy para grandes trotes, ni para malos tragos,
la vida me paso como una bala que disparo el tiempo,
y ya con arrugas en el alma y espinas en el corazón,
mirándome en el espejo hoy ya no reconozco el reflejo,
tanto jugué a ser quien quise ser, que el niño salió corriendo,
y hoy el anciano saluda, pero apenas me ve.