La marioneta miró fijamente al público,
y en un arrebato de valentía alzo la voz,
corto las cuerdas que ataban sus sueños,
y grito por fin soy libre para recorrer los caminos,
y coser los pedacitos de mi alma.
Miro al horizonte y decidió emprender su camino,
decidió llegar hasta el mar del que tantas veces había oído hablar,
y ver si era tan azul como le habían contado,
y si tenía sabor salado, sabor de las lágrimas que a veces derramaba,
y si era verdad que a veces la espuma blanca que soñó besaba la arena.
Preparo su mochila llena de vivencias y recuerdos,
y metió también en ella una foto de aquel que la había creado,
aquel que la puso un corazón entre tanto trapo,
y le dio las puntadas para que jamás se le saliera del pecho,
y pidió a aquella estrella fugaz que un día su marioneta tuviese alma,
y pidió a aquella estrella fugaz que un día su marioneta cobrase vida.
Recordó todas las noches que le vio llorar en silencio,
cuando por una enfermedad él perdió a su mujer,
y sintió un pinchado de tristeza en su interior,
jamás se había sentido así de triste,
y lloro por él, porque él era su padre, el único que había conocido.
Desde que él murió fue pasando de mano en manos,
manos que la ataron, maltrataron y la esclavizaron,
haciéndola trabajar de sol a sol por dinero,
hasta ese día que dejo atrás su cobardía y se llenó de valor,
para ser libre caminando de sol a sol, hasta alcanzar lo que siempre deseo.
Llego después de mucho tiempo a la orilla del mar,
y miro con asombro la arena y la espuma,
y camino hasta su orilla para saborear el agua,
y decidió meterse en él sin miedo y dejarse llevar,
se tumbó boca arriba y se dejó arrastrar por las olas hasta el infinito,
mientras se hacía de noche y el cielo se llenaba de estrellas.
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