Sopla el viento mientras observo mi pueblo,
Sentado en una roca escuchó la conversación de los árboles,
Mientras una hoja nerviosa vuela escribiendo,
Una historia de vidas y recuerdos inmortales,
Que dejaron su sudor y huella en esta tierra.
Dobla la campana del campanario,
Mientras el murmullo de los arroyos me susurran nada es eterno,
Hasta las piedras del camino vuelven a ser polvo,
Y veo desde este alto como fluye la vida en las calles,
Y se acumula la gente a las puertas De la Iglesia del Espíritu Santo.
Desde aquí recorro con la vista tus barrios,
Y me fijo en la basílica De la Cruz Bendita,
Y recuerdo la vida del pastor y el Zaguito,
Tal y como la cuentan nuestros mayores,
Con nostalgia, melancolía y amor.
Detengo mi mirada en el campo santo,
Donde descansa el cuerpo de tanta gente conocida,
Y se me escapa sin querer las lagrimas,
Recordando con el corazón encogido a mi abuela Francisca,
Y todas las palabras que me decía de niño.
Cae la tarde y el sol se va rindiendo a las sombras,
El olor de la primavera con sus flores se hace más intenso,
Ya se encienden las luces en las calles que preceden a la luna,
Mientras las estrellas van buscando su sitio en el cielo,
Me levanto y me dispongo para volver a casa.
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