Una serpiente le ofreció su carne,
y juez con toga y martillo lo
sentencio,
Eva lo echo con gritos a la fría
calle,
sin querer escuchar su quebrada voz.
El paraíso cerro sus infranqueables
puertas,
no quedaba nada mas para el en edén,
fue condenado a la maldita y vil
condena,
de ganarse el pan con su sudor de su
frente.
La verdad y su traición lo crucifico,
culpable se declaro de sus pecados,
mil veces desconsolado grito y lloro,
miro pero no hallo nadie a su lado.
La soledad recorrió su cuerpo,
quiso dejar su vida una mañana,
de bar en bar escupió el veneno,
que por dentro le consumía y mataba.
Deambulo por montes perdidos,
llorando pidió creencia y perdón,
y un ángel moreno le tendió la mano,
y sano su maltrecho y herido corazón.